La memoria histórica

Se trata de un término que se ha puesto de moda y que suscita no pocas polémicas y discusiones que rozan lo ideológico.

Un pueblo se construye sobre la historia compartida y tiene todo el sentido la discusión sobre lo que debe ser recordado y cómo, porque está en juego, en el fondo, lo que es importante y lo que debe ser conservado.

En medio de las manipulaciones que la categoría protagoniza en nuestros periódicos, hoy Ricardo le ha concedido un significado pleno de sentido.

Para los que no recordéis otras referencias hacia él vaya una presentación. Lo conocimos con 11 años y ronda ya los 19. En estos años su cuerpo ha ido creciendo, marcando la distancia con otras evoluciones que no serán posibles: la de sus piernas, malformadas de nacimiento, y la de su madurez pues tiene una discapacidad intelectual. Y, además, nacido en El Cerrillo y ahora uno de los inquilinos en la plaza Zorrilla que ya os resultará familiar.

Es un icono de la adversidad, de la crueldad existencial condensada en una sola biografía. Pero Ricardo la supera con una sonrisa inocente, con una bondad estructural que establece un vínculo que resulta inolvidable para quien tiene la suerte de conocerlo.

Requiere cuidados muy especiales y continuados que han erigido en maestras y maestros del cuidado a no pocos jóvenes de la parroquia: Celia de Andrés, Lucía Lacasta, Marta Navarrete, Inés Valverde, Fer Pimentel... Y entre todos ellos, su Isa.

Su psicología funciona de una manera particular que exige un esfuerzo de desvelamiento para comprender sus ecuaciones y dinámicas. Y hoy, tercer día de campo de trabajo, después de preguntar insistentemente por Isa y por cuándo iba a venir, algo ha debido suceder en su interior desencadenando una inolvidable anécdota.

Tercer turno de comida. En el primero, los críos con la mitad de monitores. En el segundo, los que ayudaron a servir a los primeros. En el tercero, cocineras y coordinadores.

Alicia se acerca agitada para advertir que Ricardo no deja de llorar como si en la tercera mesa tuviéramos un manual para interpretar la complejidad de su comportamiento. No da tiempo a levantarse y acudir, porque Javi empuja su silla de ruedas para acelerar los trámites emocionales de consuelo.

Ciertamente llora. Y desconsoladamente, con lágrimas que corren e hipo... Ocho campamentos despues con él, para mi es nuevo.

-¡Ricardo! ¿Qué ha pasado? ¿Te han pegado?

Ricardo hipa intentando acumular aíre suficiente para proclamar una frase.

-¡Me da peeeeena!

- Ricardo ¿pero qué pasa?

- ¡Me da peeeena!

- ¿Te han quitado algo?

- ¡Nooooo! ¡La Isa que no viene! ¡Me da peeeena!

No tengo respuesta para este interrogante. Primero por nuevo, segundo por sorprendente, tercero por el impacto que genera verlo llorar de una forma tan desconsolada y novedosa para quienes le conocemos.

Tercer pañuelo después insiste en su argumento.

-¡Me da peeeena!

No le sacaremos de esta narrativa en un buen rato. Su particular psicología requerirá un tiempo que no sé estimar en cambiar el discurso hacia otros juegos u otras frases que nos irá ofreciendo insistente, solo interrumpidas por las alegres carcajadas...

Entretanto, contemplando su desconsuelo conservo en el corazón este ejercicio de memoria histórica.

No pidáis a Ricardo el nombre de su plaza, o el número de su piso, menos aún el móvil de su madre, o el relato ajustado de lo que hizo ayer.

Pero su discapacidad no le impide distinguir, entre sus recuerdos, los imborrables. Y a su Isa.

Me sigue cuestionando a qué llamamos discapacidad ante la amnesia que tenemos muchos de los presuntos capacitados en relación a lo que fue importante en nuestras vidas.

Bendita tu memoria histórica, Ricardo.

En memoria de Celia, Marta, Inés, Fer, de Lucía en el día de su cumpleaños y de todos los que ofrecieron tanto mimo a Ricardo. Solo su discapaciad os resta de su memoria, pero se reactiva su sonrisa con solo pronunciar vuestro nombre.

En memoria de Isa, y de Roge. 

Comentarios

  1. Gracias, una vez más, gracias!!

    No puedo más que decir eso sin parar, GRACIAS, pues realmente creo que nuestros hijos no sólo tienen la oportunidad de conocer realidades que de otra manera o en otro tiempo/lugar jamás harían, sino que ellos mismos son parte de esas realidades de alguna manera, y dejan su huella. Siento una profunda, profundísima envidia sana, MUCHA.

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